El Eternauta y el Oeste: la invasión también pasó por Morón

Portada del clásico comic Argentino El Eternauta

Por Mateo Pérez Bruno
Con el furor generado por la serie de Netflix, las aventuras de Juan Salvo vuelven a recorrer el mundo tras más de 60 años después de su creación, pero con la vertiginosa velocidad que ahora nos da internet.

Alienígenas, fin del mundo y una nieve que mata todo lo que toca son algunas de las características que afloran en las pantallas de todo el globo y dejan enganchados a televidentes de diferentes partes del mundo. Pero, en Argentina, en particular en Buenos Aires, podemos ver un pequeño detalle que otros pasarían por alto. A diferencia de comics de Marvel donde los héroes salvan New York, acá, Juan Salvo, el Tano Favalli y el resto de la resistencia, pelean por las calles de Buenos Aires, tanto ciudad, como provincia.

En la serie vemos el puesto de entrenamiento en campo de mayo, donde los militares hacen su gran refugio y es un lugar central en la versión de Netflix, siendo un punto de esperanza para todos los supervivientes que queden en ese momento. Pero ¿Qué otros lugares mencionan en el comic?

Aunque gran parte de la acción se sitúa en Capital Federal, la historieta de Héctor Germán Oesterheld traza un recorrido que va más allá. A medida que los protagonistas intentan escapar y organizar la resistencia, se hace alusión a zonas del Gran Buenos Aires, y entre ellas, el Oeste tiene un papel silencioso pero presente.

Las referencias a barrios suburbanos, estaciones de tren y casas bajas con techos de chapa remiten de inmediato a localidades como Morón, Castelar o Haedo. En esos paisajes típicos del conurbano —con árboles que bordean las calles, clubes de barrio y comercios de persianas bajas— también se libran batallas, se organizan resistencias y se tejen redes de solidaridad.

Porque si hay algo que El Eternauta retrata con crudeza y ternura a la vez, es el espíritu colectivo. No hay un superhéroe solitario; hay vecinos que se cuidan entre sí, familias que improvisan refugios, y amigos que no se abandonan. Es ese mismo espíritu que todavía se respira en los barrios del Oeste, donde lo comunitario sigue teniendo peso, donde el saludo en la vereda y la ronda de mate siguen siendo símbolo de identidad.

Además, ese vínculo entre historia y territorio no termina en las páginas del cómic. En distintas localidades del Oeste, como Morón, hay murales que homenajean a Juan Salvo y a Oesterheld. En bibliotecas populares y centros culturales se recupera su legado. La figura del Eternauta no solo sobrevive al tiempo: camina, silenciosa y atenta, por nuestras propias calles.

Más allá de la ficción, El Eternauta nos recuerda que el heroísmo no está en los grandes gestos individuales, sino en la acción colectiva. Y quizás, entre los techos de chapa, las veredas angostas y los clubes de barrio de Morón, aún resuenen los ecos de esa historia que alguna vez —en el papel y ahora en la pantalla— también nos eligió como escenario.

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