Por Mariana Aulicino

Desde que Donlad Trump asumió la presidencia de Estados Unidos en enero de este año, sus decisiones económicas y de política exterior se sucedieron como un boomerang: fueron, vinieron, rebotaron, dieron la vuelta y volvieron a empezar. Decisiones que pareciesen emerger de los caprichos de un niño que reacciona más por los deseos de sus berrinches pasajeros que por necesidades genuinas.

En lo que se refiere al conflicto entre Rusia y Ucrania, Trump gira como un trompo desde hace meses, y sus declaraciones arbitrarias dejaron hace tiempo de ser algo que pueda ser tenido en cuenta a futuro -ni siquiera en un futuro cercano-: “Voy a sacarle la financiación a Ucrania”, “Voy a darle armas a Ucrania”, “Voy a darle armas Ucrania, pero la Unión Europea va a pagarlas con su plata”, “No quiero que Estados Unidos participe más del conflicto”, “Si es necesario voy a mandar un ejército a Moscú”. “Le voy a poner sanciones de un 100% a Rusia”,”Rusia y Estados Unidos pueden hacer buenos negocios”, “Voy a sancionar a Rusia y a todos los países que negocien con Rusia “, “Me estoy cansando de Putin”, “Putin es un hombre sensato”. Todas estas declaraciones en el lapso de siete meses parecen más las incertidumbres de un adolescente atribulado que las del presidente de uno de los países más poderosos del mundo.

Vladimir Putin, por otro lado, se sitúa en el extremo opuesto. Ante la verborragia y balbuceos de su colega Trump, mantuvo siempre el temple y la discreción de su esencia más intrínseca, demostrando que el poder no reside en los gritos o en las amenazas fútiles, sino en la templanza y la sapiencia del líder que sabe lo que quiere y mantiene una postura sólida y arraigada, pero flexible a los cambio y los embates. Así lo demostró en los últimos años haciendo alianzas con sus países vecinos y aumentado el poder de los Brics, generando el crecimiento de la economía de Rusia incluso con las terribles sanciones europeas y estadounidenses sobre sus hombros.

De este modo llegan los dos a la reunión en Alaska para resolver el conflicto entre Rusia y Ucrania: Trump creyendo todavía que la influencia estadounidense es omnipotente e invencible en los conflictos de otros países, Putin dejando que lo crea.

Cabría preguntarse por qué Putin aceptó reunirse con Trump. Por qué todavía la mayoría los países permiten que Estados Unidos interfiera como un Dios justiciero y altruista en conflictos que en nada tienen que ver con ellos, excepto por su culpabilidad histórica y elocuente del capitalismo despiadado que han impuesto al mundo en los últimos 150 años y que son parte de la raíz de todo conflicto mundial. Lejos están de comprender, sin embargo, el dilema histórico y económico que brota de la memoria del pueblo ruso y ucraniano.

He aquí la flexibilidad de Vladimir Putin. Las acciones y decisiones de Putin no se centran en rencores o en demostraciones de poder obsoletas, se basan única y exclusivamente en el bienestar y la soberanía del pueblo ruso. No se doblega, consensúa. Negociar con el presidente estadounidense es parte de cuidar a su país. Sin dejar de lado su ideología más arraigada, sin ceder económicamente ni geopoliticamente nada. Se presenta a esta reunión para escuchar, saber qué quiere Trump, dejarlo hablar, pero sin ceder un ápice en sus convicciones de cómo tiene que resolverse esta guerra contra un régimen neonazi que maneja al presidente de Ucrania, Vladimir Zelenski, a su antojo con el aval de la Unión Europea.

Los resultados de esta reunión llamada “una de las más importantes de la historia” los veremos mañana, viernes. Aunque no hace falta esperar el final de la reunión para saber que Rusia, pase lo que pase, va a seguir siendo una nación soberana y libre de las presiones que los países occidentales siempre han querido imponerle.

Relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *